viernes, 10 de junio de 2011

Extracto #1: Visión de una obra en proceso (novela sin nombre)

No sé si me duelen los ojos de verte tan fijamente, o de verte tan poco. Tal vez sea por tantos sueños, tantos planes no planeados que no pasan del papel azul, o si sea producto del poco resultado y la enorme expectativa ¡Eso debe ser! Las expectativas, esas que siempre llegan más bajas de lo que pensamos, que siempre tienen menos efectivo y más deudas. Y es que hay días en que siento la imperiosa necesidad de escribir una novela para jamás mostrarla a nadie. Excepto a ti, inmersa en la lluvia, en las ruinas de tu autodestrucción, donde vienes y me pides por paz, me dices que no perteneces aquí, y tienes razón. No perteneces aquí porque ningún lugar es dueño de tu existencia. No perteneces, eres libre. (Valencia, España, 21 de julio de 1983)

(Ciudad de México, algún café en la colonia Condesa, finales del '84)
-¿Quién necesita un rostro cuando eres un anónimo de metrópolis?- Dijo ella, desenfocándose el rostro en el humo de su cigarrillo. -Un tanque de oxigeno, por favor.
-No le vengas al mesero con tanques de oxigeno, bien sabes que en esta ciudad, es prácticamente un insulto pedirlo. Ahora, dime ¿Por qué venir aquí, no tenías acaso una vida cómoda en valencia? He llegado a pensar que me has seguido, y que la casualidad no fue un factor al encontrarte paseando fuera de mi trabajo.- Le dije, sabiendo que su intento de encuentro casual había sido una especie de burla a nuestro primer verdadero encuentro, el cual sí fue un choque al azar.
-Soy la sombra en tu camino, persiguiéndote. Siempre. Me dejaste libre de mi misma, y en ese orden te llevaste mi condena. Ahora es tuya, y esa condena soy yo, aquí y ahora.- Dijo arrojando el cigarrillo aún encendido a la mesa de atrás, sin importar que hubiera personas en ella.- Vámonos, ahora que ya acabé con mi excusa de almuerzo podemos irnos.
-¿Irnos? Disculpa pero tengo cosas que hacer.
-No tienes salida. Sé que serás cortés y no me dejarás sola en una ciudad que sólo conozco por lo que me has hablado de ella.

Nos marchamos juntos, tenía razón, esa cosa llamada decencia no me permitiría nada más. Intenté explicarle las cosas básicas que uno necesita saber en lugares extraños y enormes como este, el protocolo de vida, el ritmo que se baila según cada barrio, le hablé del transporte, como si se fuera a quedar toda la vida aquí. No lo haría, por supuesto, nadie quiere vivir aquí, los que lo hacen es porque están atados a la contaminación se alimentan del estrés, se visten de él. Es una de esas ciudades que todos quieren visitar, pero en la que nadie quiere quedarse atrapado, la ciudad te come, te hace de su propiedad. Ella escuchaba, o mejor dicho, me miraba de tanto en tanto, no sé si mi voz llegaba a destino. Su mirada entraba en fases rápidas de admiración, de coqueteo conmigo y la banqueta. Yo sólo dejaba de verla para mirar las luces de los semáforos y cuidar algún tropiezo. Se había cortado el pelo a la altura del mentón y tenía un pequeño sombrero negro tapando la mayor parte del mismo. Castaño, limpio, desarreglado. Era lo único desarreglado en ella, aunque quizá fuera efecto del viento. Tenía un blusón negro, probablemente una talla más grande de lo que debería, y un suéter gris tejido del mismo tamaño encima. Una falda entallada y café y medias negras con una pequeña rotura en un muslo. Zapatos de piso. No podía evitarlo, ver cada detalle en ella, lo hice en Valencia, pero mi obsesividad había empeorado, juraba poder darme cuenta si un cabello caía de su cabeza al pavimento o si sus labios estaban más secos que la última vez que los sentí, sólo con verlos. Su bolso no era gran cosa, ella podía haber llevado una bolsa de basura con sus pertenencias en ella y no le importaría. No le importaban muchas cosas realmente.


Por Adrián Martínez.