domingo, 30 de octubre de 2011

La sonrisa y la luz, la mano y el latir.

Me das sensaciones tan extrañas, tan fascinantes, cuando la electricidad se trasmite al tocarse nuestros dedos, al sentir tu cabello y como se enreda en mi cara cuando me acerco mucho y te rodeo con éstos brazos extendidos hacia tu torso, como si fueran el último filo de un desfiladero, la salvación. La respiración en tu torso cuando te presiono contra mí, cómo está agitada como una marea alta, y luego pasa a la calma del ojo del huracán, apenas y se escapa el oxigeno de tu nariz y se mete entre mi hombro. Los matices de tu voz, sonidos guturales y nasales felinos, ritmos de canciones que son tocados una sola vez. Las formas tan diferentes que tienen tus miradas, la intriga y el veneno que sostienen, pero sobre todo, la luz que proyectan y que nunca termina en ellos, energía inagotable, feroces, benévolos, confundidos, soñadores. El sabor que me dejas cuando te robo el aliento con mi boca y alguno de los dos se queda con los ojos cerrados o se cae al infinito, o caemos ambos y mientras mi rodilla se desangra, tu cabeza se revuelve. Me encanta tocar esas dos nubes ligeramente rojas que tienes por labios, son cómo nubes en textura y movimientos. Se dejan llevar por el viento... Si tocara esos dos nubes justo ahora, acabaría en un diluvio, todo desaparecería, menos aquella que me trajo la lluvia que permite que germine ésta semilla. Tus anecdotas llenas de locura y chascarrillos, que juguemos algún juego de mesa y me vayas ganando, y no me hayas pedido aún lo que te dije que daría si ganabas, aun cuando no sabía que era. La poesía que flota en el aire cuando nos metemos en nuestra burbuja y todos los demás se van. Que intentes cubrirte la cara y que yo camine lento hacía ti... que me piques las costillas y me muera un segundo, que vayamos por la calle y la gente nos diga cosas estúpidas, que cruzemos y casi muramos en el intento. Qué al contar ésta historia, al presentar el guión interminable de ésta película todos se sorprendan y noten éste mundo nuestro, que nadie más entiende pero que todo el mundo observa, y sólo nosotros sentimos. Pero encima de esas cosas, tú, tan enigmatica... tan tú, tan sorpresiva
tú, tú, tú. La sonrisa y la luz, la mano y el latir.


miércoles, 26 de octubre de 2011

Víspera de la navidad basura

Es invierno ya, parecía serlo desde que decidimos venirnos a vivir a éste lugar, tan ordenados, tan pulcros, cronometrados casi perfectamente en una ambivalente monotonía. Nos convertimos en una de esas parejas que van a cenar a un restaurante que apenas puede ser costeado mientras pensábamos en todas las posibles perversiones de los clientes en las mesas de alrededor, quién estaría usando ropa interior limpia, sí alguna cara delataba a la mano que la satisface. Empezamos a pensar con frialdad, con recelo y sospecha de los demás, de sus ropas sucias o de las migajas sobre la entrepierna. 

Cierta noche, se sentó junto a nosotros una pareja de lo más pulcra y elegante que habíamos visto en ésta ciudad, la pareja modelo a la que aspiramos a ser cuando nos mudamos a éste departamento. Sólo había un detalle, el hombre casi escultural en el sentido de no mover su cabeza y darse una tortícolis tremenda, ocultaba una cicatriz enorme bajo una barba extensa y bien recortada. Se extendía desde el borde inferior de su mejilla hasta casi la base del cuello. Una de esas cicatrices gruesas, que parecen tallos o tentáculos, casi podríamos haber jurado que tenía vida propia y que era una cicatriz babosa. Inmediatamente dimos lugar a nuestra platica habitual de situaciones ajenas, cómo si eso le quitara lo ordinario a nuestra situación de mierda. Venían a nuestra platica imágenes de un matrimonio desordenado, descarriado al punto de la violencia, vasos rompiéndose y clavándose a lo largo del cuello de él y corriendo en círculos por las piernas de ella. Dedos ensangrentados, papel hecho una pasta semicoagulada en la alfombra sin aspirar. Caras de regocijo, de placer. Y entonces me detuviste mientras desarrollaba la escena de revelación matrimonial en la que se encaminaban al camino decente en el que podíamos verlos cenando esa noche de principios de diciembre. 

Nos aventuramos a pensar en una historia ficticia para nosotros, una historia que pudiéramos seguir paso a paso como un crimen perfecto, pero sin victimarios ni víctimas. Pero me adelanté al plan, no puedo decir que no estaba en mi hacerlo, pero tú quisiste esto, esas palabras no salieron de tu boca pero cuando yo las dije por ti nunca abriste los ojos, supe que lo querías porque aún tenías el mismo pulso entrecortado que siempre me sacaba de mis cabales. Qué otra opción tengo, abrir esa bolsa pálida que tienes como piel y arrancarte los arboles de raíces azules que corren por debajo... soltando su savia, dulce y roja savia, de sabor metálico, se resisten a salir las raíces y hay una tierra pronto putrefacta que sale, y sigues sin decir nada, ojos cerrados, hundidos como ciruelas aplastadas, odio comerme esas ciruelas, hacerlas puré con tus mismos zapatos o dejarlas secar como adornos para colgar en el árbol que cortaré por la yugular ésta navidad. Esa horrible palabra. Esa placentera brisa que te congelará las raíces que saco de tus brazos.

Por Adrián Martínez, 2011. 

martes, 18 de octubre de 2011

Dispara tus polisemias en una infrarrealidad apabullante, usa un arma blanca y fría, que al contacto provoque el espasmo que provocaban los arpones en aquellas ballenas francas, desde un buque inmundo. De todo aquello, encuentro un libro de tapa roída y una lampara malgastada en un sillón que deberíamos haber tirado hace quince años pero que sigue siendo nido de cualquier criatura lo suficientemente astuta para usarlo de refugio. Pobre Hegel, pobre y muerto Hegel, encontró su gran síntesis sólo en la muerte, que tenga su dialéctica con los minerales que ahora son lo único que queda de sus fósiles huesos. Paso a cerrar tu roída tapadera de cartón viejo, tú, fenomenología del espíritu, y te caes entre mis gordos y torpes dedos, temblando como autenticas reconstrucciones fúnebres de noviembre, debajo hay hojas y ensayos viejos, luego hay algunos chascarrillos y deslices de la pluma, líneas de rimas baratas de Bécquer. Pobre Bécquer, clamando total mortalidad mientras el sol se eclipsaba y probablemente alguien leía 'Tu Pupila es Azul' y alguien más le aseguraba a su amante que la poesía no era esto que leía sino ella misma. Y al ver esto no quiero decir que realmente sea una lástima, sino que la ironía los atrapó en su propia obra trascendental pero totalmente explicable, no como lo intentarían en el siglo veinte, no cómo esos absurdos literarios que se visten y desvisten como putas en un malecón latino de una costa (reclamo a la obviedad).

Olvido ésto. Voy de vuelta a los disparos y las polisemias danzantes sobre retratos de estos huesos de cristal. Posiblemente tenga que sacarme una o dos costillas para poder andar de nuevo, pero con éstas manos rotas y éstas piernas cruzadas no se puede llegar muy lejos, odiaría que alguien intentara interpretar éstas cosas, no como Joyce que encontró regocijo en dejarle el trabajo duro a los académicos y fundar en ello su inmortalidad y su gran error de autodescubrimiento ¿Cómo demonios iba a saberlo? ¿Cómo maldita sea escribir historias instantáneas de nuevo, como si fuera una sopa llena de yodo en tres minutos o una copa de vodka barato con olor a muerte? Ni todas las botellas de alcohol del mundo me ayudarían a escribir en una banca de nuevo, sacando hojas de la nada y viendo como una mujer dibuja arboles para dejar sus dibujos mojarse en el pasto con una lluvia de atardecer, a finales de un invierno plagado de multitudes chillantes, haciendo una pasta con la alfombra de la naturaleza y luego yo guardar las treinta y siete líneas escurridas de ésta mano pálida. Por eso ésta noche no, ésta mañana tendrá que ser fresca, si es que despierto y no persigo las arenas, porque 'a dreamer dreams she never dies'. Porque escucho ese arreglo de guitarra melancólico y pienso que algún día tendré que vivir un gran temblor y ser parte esencial del escombro, junto a una botella de champagne que no quería y la estrella del norte como única referencia astronómica observable desde el cataclismo, y diré una última frase en francés con una pronunciación gangosa que nunca aprendí. Y esto no tiene ningún titulo, ningún ejercicio, no hay revelación, pero sí sublimación que no aspira a lo sublime sino a lo autentico que encontrarán mucho más cercano y disfrutable que los ideales fenomenológicos-psicoanalíticos del yo y del tú y de ese pequeño gas que se libera cuando mueres y algunos identifican por el alma, cuando lo único que se inmortaliza espiritualmente es aquello que no puede ser borrado, información, manifiesto emocional o no de ti, como esos ácidos que llevamos en los genes, los mismos que podemos probar en las mañanas si compramos un jugo de naranja camino a una jornada más. No me pregunten por el jugo, ni por las polisemias y los muñones que quedan de la prosemática que es vil, cruel y certera característica.