martes, 29 de marzo de 2011

Fantasmas de jade.

No puedo romper algo que no ha estado en mis manos, como el hielo. El hielo que te cubre en capas, el que se derrite con pedradas suaves pero sonoras, a veces con cadencia melodiosa y otras con el ritmo de un flechazo. De entre las capas sobresale el jade, que te obsequia la vista y se obsequia a si mismo a los demás, cuando te ven. Es ese matiz que regalas, el que me despista, me manda a la alfombra o al banco; esperando la luz de la pantalla, como si fuera un fantasma.
Un fantasma que me visita en lo fortuito y en lo inesperado, y yo. Yo, un hombre en su búsqueda de lo intocable. Tú, una mujer que pidió inspiración cuando al mismo tiempo me la da. Una mujer que me transmite las palabras que no saldrían a dar su paseo por el papel, sin compañía del jade de tus ojos en la memoria de los míos.

Quiero romper todo el hielo, el que atrapa miedos y destinos mal soñados. Quiero romper cada barrera, en un tiempo nuestro que no siga relojes o días. Quiero dormir en tu jade que me mira, en lo incorpóreo de las conversaciones; dormir no de cansancio, de gusto… Encontrarte por casualidad en la pantalla.

¿Qué tan imposible sería que te transfiguraras a mi realidad, a mi espacio y tiempo, si ya lo haces en mi mente?

-Adrián Martínez

viernes, 25 de marzo de 2011

Memoria estúpida, sólo hay espacio para uno en este craneo.

Recuerdo muy bien. Recuerdo la risa en el aún frío viento de marzo, haciendo correr las lagrimas, las mentiras sutiles y bien guardadas. Esas que cada mujer mantiene en su diario imaginario de las cosas que, según la historia oficial, nunca sucedieron. Era estridente, era como un lloriqueo suave, a punto de terminar, en espasmos. Era como una celebración de victoria virtual en un juego de un sólo participante. Era tan como ella, indescifrable, problemática hasta la médula.

Me mantuvo en el limbo, en el purgatorio sin sentencia alguna, más que la de la espera. Danzando estoicamente en búsqueda de algún evento fortuito, hasta que llegué al diario y lo leí. Al leerlo, mi cara entró en una rápida metamorfosis, un remolino asqueroso de carne y cabellos que pasaban de la ira a la paranoia, de la tristeza al ímpetu del cambio. En esta última, aislé al ego que me acechaba y logré expulsarlo el suficiente tiempo, para encontrarme con la indiferencia. En el camino me encontré con el olvido, momentáneo, olvido que reconoce pasado pero simplemente no le da un saludo. En fin, olvido que te da palmadas y te invita las copas cada noche.


-A.M.