sábado, 12 de febrero de 2011

Treinta y dos.

Para algunas personas, lo único que los identifica con otro ser humano es el hecho de tener treinta y dos cromosomas. No importa si eres un pobre diablo sin cabello, que perdió un ojo en Vietnam, en la guerra de las Malvinas o en algún tiroteo multitudinario en Tlatelolco. No importa si tienes una mutación genetica causante de costras en forma de escamas y ojos reptilianos, hasta donde los medicos saben, tienes treinta y dos cromosomas. XX, XY.

Tu y yo, entre nuestro ADN y otros ácidos humorísticos, y cítricos dolorosos para las visceras; podemos encontrar la huella fósil de la letra que falta en nuestra ecuación biológica. Nuestra homogeneidad y reacción. Nuestra cadena evolutiva. Nuestra extinción en zig-zag. Los bostezos reacios a cultivar nuestra infección. Tan virulentos y atrapados, tan cómodos en nuestra fiebre y nausea. Nuestro eslabón encontrado. Nuestra noche en víspera de nosotros mismos y nuestro peso al salir de un estado de coma. Esto es un número, dos significados, un acertijo para ella. Una noche sin dormir. Un mensaje criptico.


-A.M.

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