domingo, 10 de julio de 2011

Fundido a negro.




¿Y qué si nuestra vida es sólo una película? ¿Y qué si somos el sueño de una hormiga? ¿Y qué si morimos en la tranquilidad del agua? Verás querida, que en ésta vida nada se siente tan real cómo las cosas que son inevitables, sea muerte, el fin de la película, o nuestros intentos fallidos por acercarnos a cosas en las que nunca hemos decidido creer. Cosas tan reales cómo el temblor en mi mano y lo áspero de tu vestido. Lo cambiante en tu semblante felino y la oscuridad más deslumbrante. El momento en que se agota el aliento. Cuando las palabras tropiezan y los nervios tienen espasmos en su típica agonía ocasional. Los ojos se sincronizan y las manos se imantan. Casi nos salimos del celuloide. Casi actuamos fuera de nuestro rol, lo intercambiamos, lo hacemos modus operandi.

¿Estamos en la última escena? ¿Se nos han ido nuestras dos horas de fama y gloria? ¿Estaré en tus créditos finales? ¿Estarás tú en los míos? ¿Qué será de las escenas censuradas, de las tomas que nunca fueron usadas? Y en éstos diez minutos finales, ni nosotros ni nuestro público (el tiempo siempre burlón y el mundo siempre cambiante pero estático) sabemos si es una tragedia, si hay final 'feliz', si nos quedamos en una paradoja, si habrá una continuación. El guión tendrá que terminar, el libreto volverá al estante dónde pertenece, y nuestras imágenes se quedarán cómo destellos en la memoria de alguien en algún lugar. Escenas de aeropuerto, de despedidas, de resignación a la espera; se agrupan cuadro tras cuadro, cerrándose en un ojo de pupilas dilatadas, de líneas grises y verdes en un manto café y un sonido de labios despegándose, mientras una música etérea se mezcla con un fondo que se hace cada vez más oscuro y yo ya no veo nada, me he fundido a negro. Somos sólo nombres en la cintilla de una pantalla, pasamos fugazmente.

Escrito por: Adrián Martínez

No hay comentarios:

Publicar un comentario