martes, 18 de octubre de 2011

Dispara tus polisemias en una infrarrealidad apabullante, usa un arma blanca y fría, que al contacto provoque el espasmo que provocaban los arpones en aquellas ballenas francas, desde un buque inmundo. De todo aquello, encuentro un libro de tapa roída y una lampara malgastada en un sillón que deberíamos haber tirado hace quince años pero que sigue siendo nido de cualquier criatura lo suficientemente astuta para usarlo de refugio. Pobre Hegel, pobre y muerto Hegel, encontró su gran síntesis sólo en la muerte, que tenga su dialéctica con los minerales que ahora son lo único que queda de sus fósiles huesos. Paso a cerrar tu roída tapadera de cartón viejo, tú, fenomenología del espíritu, y te caes entre mis gordos y torpes dedos, temblando como autenticas reconstrucciones fúnebres de noviembre, debajo hay hojas y ensayos viejos, luego hay algunos chascarrillos y deslices de la pluma, líneas de rimas baratas de Bécquer. Pobre Bécquer, clamando total mortalidad mientras el sol se eclipsaba y probablemente alguien leía 'Tu Pupila es Azul' y alguien más le aseguraba a su amante que la poesía no era esto que leía sino ella misma. Y al ver esto no quiero decir que realmente sea una lástima, sino que la ironía los atrapó en su propia obra trascendental pero totalmente explicable, no como lo intentarían en el siglo veinte, no cómo esos absurdos literarios que se visten y desvisten como putas en un malecón latino de una costa (reclamo a la obviedad).

Olvido ésto. Voy de vuelta a los disparos y las polisemias danzantes sobre retratos de estos huesos de cristal. Posiblemente tenga que sacarme una o dos costillas para poder andar de nuevo, pero con éstas manos rotas y éstas piernas cruzadas no se puede llegar muy lejos, odiaría que alguien intentara interpretar éstas cosas, no como Joyce que encontró regocijo en dejarle el trabajo duro a los académicos y fundar en ello su inmortalidad y su gran error de autodescubrimiento ¿Cómo demonios iba a saberlo? ¿Cómo maldita sea escribir historias instantáneas de nuevo, como si fuera una sopa llena de yodo en tres minutos o una copa de vodka barato con olor a muerte? Ni todas las botellas de alcohol del mundo me ayudarían a escribir en una banca de nuevo, sacando hojas de la nada y viendo como una mujer dibuja arboles para dejar sus dibujos mojarse en el pasto con una lluvia de atardecer, a finales de un invierno plagado de multitudes chillantes, haciendo una pasta con la alfombra de la naturaleza y luego yo guardar las treinta y siete líneas escurridas de ésta mano pálida. Por eso ésta noche no, ésta mañana tendrá que ser fresca, si es que despierto y no persigo las arenas, porque 'a dreamer dreams she never dies'. Porque escucho ese arreglo de guitarra melancólico y pienso que algún día tendré que vivir un gran temblor y ser parte esencial del escombro, junto a una botella de champagne que no quería y la estrella del norte como única referencia astronómica observable desde el cataclismo, y diré una última frase en francés con una pronunciación gangosa que nunca aprendí. Y esto no tiene ningún titulo, ningún ejercicio, no hay revelación, pero sí sublimación que no aspira a lo sublime sino a lo autentico que encontrarán mucho más cercano y disfrutable que los ideales fenomenológicos-psicoanalíticos del yo y del tú y de ese pequeño gas que se libera cuando mueres y algunos identifican por el alma, cuando lo único que se inmortaliza espiritualmente es aquello que no puede ser borrado, información, manifiesto emocional o no de ti, como esos ácidos que llevamos en los genes, los mismos que podemos probar en las mañanas si compramos un jugo de naranja camino a una jornada más. No me pregunten por el jugo, ni por las polisemias y los muñones que quedan de la prosemática que es vil, cruel y certera característica.

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