miércoles, 26 de octubre de 2011

Víspera de la navidad basura

Es invierno ya, parecía serlo desde que decidimos venirnos a vivir a éste lugar, tan ordenados, tan pulcros, cronometrados casi perfectamente en una ambivalente monotonía. Nos convertimos en una de esas parejas que van a cenar a un restaurante que apenas puede ser costeado mientras pensábamos en todas las posibles perversiones de los clientes en las mesas de alrededor, quién estaría usando ropa interior limpia, sí alguna cara delataba a la mano que la satisface. Empezamos a pensar con frialdad, con recelo y sospecha de los demás, de sus ropas sucias o de las migajas sobre la entrepierna. 

Cierta noche, se sentó junto a nosotros una pareja de lo más pulcra y elegante que habíamos visto en ésta ciudad, la pareja modelo a la que aspiramos a ser cuando nos mudamos a éste departamento. Sólo había un detalle, el hombre casi escultural en el sentido de no mover su cabeza y darse una tortícolis tremenda, ocultaba una cicatriz enorme bajo una barba extensa y bien recortada. Se extendía desde el borde inferior de su mejilla hasta casi la base del cuello. Una de esas cicatrices gruesas, que parecen tallos o tentáculos, casi podríamos haber jurado que tenía vida propia y que era una cicatriz babosa. Inmediatamente dimos lugar a nuestra platica habitual de situaciones ajenas, cómo si eso le quitara lo ordinario a nuestra situación de mierda. Venían a nuestra platica imágenes de un matrimonio desordenado, descarriado al punto de la violencia, vasos rompiéndose y clavándose a lo largo del cuello de él y corriendo en círculos por las piernas de ella. Dedos ensangrentados, papel hecho una pasta semicoagulada en la alfombra sin aspirar. Caras de regocijo, de placer. Y entonces me detuviste mientras desarrollaba la escena de revelación matrimonial en la que se encaminaban al camino decente en el que podíamos verlos cenando esa noche de principios de diciembre. 

Nos aventuramos a pensar en una historia ficticia para nosotros, una historia que pudiéramos seguir paso a paso como un crimen perfecto, pero sin victimarios ni víctimas. Pero me adelanté al plan, no puedo decir que no estaba en mi hacerlo, pero tú quisiste esto, esas palabras no salieron de tu boca pero cuando yo las dije por ti nunca abriste los ojos, supe que lo querías porque aún tenías el mismo pulso entrecortado que siempre me sacaba de mis cabales. Qué otra opción tengo, abrir esa bolsa pálida que tienes como piel y arrancarte los arboles de raíces azules que corren por debajo... soltando su savia, dulce y roja savia, de sabor metálico, se resisten a salir las raíces y hay una tierra pronto putrefacta que sale, y sigues sin decir nada, ojos cerrados, hundidos como ciruelas aplastadas, odio comerme esas ciruelas, hacerlas puré con tus mismos zapatos o dejarlas secar como adornos para colgar en el árbol que cortaré por la yugular ésta navidad. Esa horrible palabra. Esa placentera brisa que te congelará las raíces que saco de tus brazos.

Por Adrián Martínez, 2011. 

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