martes, 6 de diciembre de 2011

Abre los ojos (Ensayo sobre una utopía personal)

¿Cómo puede alguien que vive en un constante dejá-vú, encontrarse una utopía personal? Me encuentro escribiendo a las dos de la mañana en un día frío, en diciembre; mesándome la barba y cantando para mi mismo una canción de rock psicodélico que dice: “Sólo quiero dormir para siempre, nunca ver el mañana, ni seguir o liderar a nadie. No quiero trabajar para siempre, saber lo que sé, rogar o pedir prestado”. Luego me recuesto cinco minutos en la cama, boca abajo, pensando que afuera estará el Támesis, o el Rio de la Plata; y que en cualquier momento puedo ponerme un buen y pesado abrigo para salir a pararme en un puente o algún pequeño muelle y ver a la luna temblar en el agua. Gritarle a la luna que deje de seguirme, que se interne en las aguas nebulosas y me deje en paz dentro de mi sueño lúcido.

Ya no sé si creo que mi utopía fue algo concreto que puedo realizar materialmente o si realmente mi utopía está literalmente en algún sueño que pueda vivir lucidamente, algún dejá-vú continuo que no me deje un mal sabor de boca, y lo más extraño es que esos pasajes utópicos ya han pasado por esta vida, borrosos en principio, pero en cuanto son alcanzados materialmente se hacen brumosos, llegan a una realidad apenas perceptible que se separa de lo antes deseable; el eterno dilema del que deja de querer al obtener lo deseado.

Es por eso que no puedo tener una utopía real, constante, que no se fracture cada día y se reforme cada noche al dejarle los ojos a las arenas de lo surreal. Son momentos utópicos aquellos en los que se infla el pecho y la piel se enchina, momentos de hiperrealidad que lo mismo abruman que enaltecen el espíritu, o esa cosa que pareciera darnos voz, ese parasito cerebral que llaman mente.

Mejor iré de vuelta a la canción, y es que momentáneamente se hace mi utopía el caer dormido y no tener que despertar nunca, evitando eternamente la angustia y el frio que ocasiona el levantarse temprano, pero no lo suficientemente temprano para llegar a tiempo a la universidad. Y es que todos esos pequeños detalles que fastidian el ánimo van acumulándose y formando distopías que vuelan alrededor de uno, como mosquitos sedientos de sangre en una noche calurosa. Una parte importante de la utopía momentánea que persigo sería el poder dejar de lado las diferencias con la persona que enamora, llegar a convertirse en amantes viejos que nunca dejan la casa que construyeron con las memorias e infinito descubrimiento del otro. Olvidar las ciudades y sus caminos, darles significados nuevos y propios a las cosas. Básicamente la idea sería huir muy lejos, tal vez huir no sea la palabra adecuada, pero se lee bien cuando lo que se busca es alejarse de los significados y las cosas que han dejado de tener sentido, o que han fallado a su propósito. En mi utopía de esta noche: Darle la vuelta a un mundo nuevo; los mapas no deberían ser necesarios, los caminos están hechos para recorrerse en el sentido en que los pies se dirijan conforme a sus desalineados pasos, sentir que no te hace falta llamarle compañía a quién encuentra sus pasos con los tuyos porque realmente no existe la soledad. La soledad es un fantasma que nos esconde una realidad en la que quedamos nosotros mismos, desnudos, indefensos pero tal como somos. Nos hace creer que realmente no hay nadie ahí, ahí dónde al final estás tú mismo. No quiero ser una hormiga pasando por la grieta, rozando las antenas con otra hormiga y siguiendo automáticamente una señal. El punto sería ser la señal, una señal que se reinvente a si misma a cada momento. Es por eso que la única utopía que podría concebir sería la que cambia cada día, la utopía que realmente es utopía porque al llegar ahí ya dio un paso más.

Mentiría si escribiera una utopía académica, amorosa, profesional. Esas cuestiones carecen de sentido utópico para mí porque abarcan tanto y todo eso es tan poco al mismo tiempo. Los pequeños detalles siempre han influido en mí, como el mundo de lo surreal, porque ejemplifican cosas más amplias en sentidos concretos. Y tal vez carezca de lógica, tal vez carezca de aquellas cosas que le hacen pensar a cualquier otra persona que tener metas claras en el horizonte es haber realizado un sueño, pero la verdad es que nunca, nunca se deja de soñar. Incluso cuando tenemos los ojos abiertos, no nos damos cuenta de que ya estamos en otro sueño, otro dejá-vú, otra utopía momentánea, que habrá de divertirse con nosotros por el más pequeño de los instantes para luego volver a un nuevo escondite. Llega al escondite y abre los ojos, ya estás en otra vida.

“There is only one moment, and is now, and it lasts forever.”


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