jueves, 11 de octubre de 2012

La polaridad de las relaciones amorosas; el instrumento de la conquista.



    Es el tema más sonado, más comentado, más debatido; el amor. Pero detrás de esa palabra ¿Qué hay? ¿Habrá acaso un sistema, símbolos claros e inequívocos para tratarlo? En realidad no es tan complicado como parece, si dejamos de lado la cursilería, el romanticismo, y el apego personal al tema. Hay que tratarlo como tratamos a la política… Bueno, eso tampoco ayuda mucho ¿no? Pensemos entonces que tratamos el ritual de apareamiento de alguna especie animal, preferentemente un mamífero como nosotros. Hay que dejar de lado que sabemos que existe una ética y una racionalización humana porque de eso hablaré más al rato. Lo primero que encontraremos para analizar es una polaridad evidente entre géneros, más específicamente en lo que estos buscan en el otro. En una especie patriarcal como la humana, el macho buscará a una hembra fértil (el concepto de fertilidad se mantiene, sólo el canon estético es el que cambia), que se adhiera al hombre en el sentido de realizar las actividades que permitan al macho hacer las suyas, un apoyo, es decir; busca a una mujer que lo haga sentirse hombre. Esto último se repite a la inversa, la hembra busca un macho que la haga sentirse hembra, pero que también represente la mejor carga genética, esa fuerza de sobrevivencia y sí, también incluye al intelecto. Se tiene la idea de que las primeras humanas buscaban solo al hombre más hábil o más fuerte, sin embargo, la teoría no diría que estamos dejando fuera, y menospreciando el intelecto de estos hombres, que tenían que tener todo lo posible; fuerza, creatividad, intelecto, salud, etc. Se tiende a pensar que los hombres muy “inteligentes” que tienen poca suerte con las damas son victimas de injusticias, y que su valor en conocimientos los cualifica para tener a una dama atractiva, etc. Sin embargo, esto no es más que un concepto superficial aplicado de nuevo, a la inversa; una suerte de discrepancia positiva que no demuestra inteligencia, sino una necesidad de urgencia. Los conocimientos no hacen al intelecto, es la astucia, la audacia, la creatividad lo que lo hace. Es por eso que un hombre astuto con mucha frecuencia también es un hombre que hace reír a las mujeres, y que juega con naipes que son invisibles para ellas, incluso las hacen jugar sin que se den cuenta del juego o de las reglas. Esta astucia natural ha sido regularmente lo que lleva al éxito a un hombre, incluso a veces sin importar que no cumpla con el estereotipo estético de la época. A veces la perfección no está en el físico, sino en lo saludable del mismo. Es así que una mujer probablemente no elija estar con un hombre demasiado alto o musculoso, que difícilmente entre en alguna prenda sin romperla con sus enormes músculos. Es más probable que elijan a alguien de complexión media. Es aquí donde tocamos otro de los puntos a analizar, las proporciones y la generalidad como conquista.
  
    La simetría. Da Vinci buscó la simetría perfecta en el cuerpo y rostro humano. Hay ciertas proporciones que nunca cambian, y que se consideran generales; por ejemplo: que la distancia entre los ojos sea de menos de un tercio del ancho de la cara, que la distancia entre los ojos y la boca sea de poco más de un tercio de la altura de la cara, etc. Si tomamos muestras de rostros masculinos y femeninos de cada país y hacemos un montaje combinando sus facciones imperfectas y no tan simétricas obtenemos la imagen de un individuo que sí tiene estas proporciones “perfectas”. Si hacemos un estudio encuestando a personas del sexo correspondiente para que nos digan si la imagen del rostro genérico generado les parece atractivo nos dirán en su mayoría que sí, pero también encontraremos la expectativa de que sea una persona “aburrida”. La perfección nos atrae, pero al alcanzarla tendemos a despreciarla.

    Volviendo a las polaridades. Entre decenas de comentarios de hombres encima de 30 años, al preguntárseles sobre porque no tuvieron suerte entre los 15 y los 30 con las mujeres, podemos sacar algunas conclusiones, una especie de tratado de la conciencia amorosa femenina que según estos mismos aplica al menos para el 90% de las mujeres: Antes de los treinta, las mujeres escogen; escogen hombres que las hagan vivir emociones porque en esta época todo es circunstancial y emocional para ellas, la lógica y el porvenir no les preocupa. Son meramente instintivas. Pero la polaridad en este tren de pensamiento cambia a partir de los treinta, cuando el macho antes beta, ahora le ofrece a la hembra las necesidades que dejaba de lado antes. El macho antes beta debería haber aprovechado en teoría su fracaso con las mujeres en esa primera etapa preocupándose por mejorar su propia vida y quizás hasta llegando a olvidarse de esa meta de tener a una mujer. Es entonces cuando éstas llegan finalmente a él. Aquí es dónde empieza la era del hombre. Él escoge, el tiene el control, y al final se da cuenta de que no necesita de una mujer para sentirse hombre.

    Hay que dejar claro que no todas las parejas, ni todas las mujeres u hombres pasan por esto al pie de la letra, hay un pequeño porcentaje que está realmente consciente de esto, y no deja el instinto o la tradición les domine los sentimientos; el amor podrá ser una locura pero incluso en la locura hay un poco de razón. 

Por: Martínez, Adrián. Mayo 2012. Extracto de "La termodinámica del eros for dummies".

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