lunes, 7 de enero de 2013

Hambror


Escribirte como quiero es lo mismo que aprender a cocinar. La misma operación, buscando los ingredientes que me has traído selectos del mercado de tu vida. Un mercado colorido, de frutos con consistencia apenas madura. Tienes personas que gritan avivadas a metros del teatro, parejas histéricas un fin de año. Tienes abejas bailando entre olores marchitos de una jornada de trabajo, cabellos enmarañados de una noche entre tres cobijas y una losa.


Ir al mercado es una necesidad ahora, pasearme por los corredores y no dejar nada fuera de la vista miope. Tocar todo lo que pueda comerme, o simplemente tocar todo lo que tenga textura alguna. A veces no es necesario comprar nada, o decidir donde comer, basta con el recorrido, con la vista y la multitud que no se da cuenta de nuestro encuentro. No es necesaria la compra, porque al salir de ti me traigo la mano a los bigotes maníacamente y tendré tus aromas matutinos vespertinos y con suerte nocturnos. El aceite que se forma en las pendientes que te dan cara cuando me rozan tus porosidades. Las excentricidades y los chistes de los puestos que me ponen en escena para aprender a mezclarte en pequeñas notas mentales, en toda extensión. Para prepararte, una danza. Tú una encantadora de alimañas, y yo una serpiente que no sabe si meterse en ti, enrollarte con mi langido cuerpo, morderte o matarte de una sola vez.


Para comerte, sólo se necesita hambre. Yo soy un pozo sin fondo y tú eres un mercado. Así que dime, ¿cuándo me faltará el hambre y cuándo me faltará quién la sacie como tú? Si mi visita nunca es obligada, sino necesaria.

A.M. 

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